Continuando con nuestro objetivo de acercar la #Revuelta del bordado y tejido a nuestra comunidad, entrevistamos vía Zoom a Cristina Oviedo, bordadora y psicóloga colombiana que vive en Argentina y es amiga de la #Revuelta. Cristina ha dedicado gran parte de su trabajo a investigar el impacto del bordado en la salud mental, y como fruto de ello ha dado a luz su primer libro “Bordar para sanar”. Hoy les compartimos parte del trabajo de Cristina y algunos detalles de su maravilloso libro, que esperamos pronto poder traer a Perú.¿Cómo te inicias en el mundo del bordado?
Ha sido un recorrido bastante largo... Lo artesanal siempre formó parte de mi vida. Recuerdo que de niña le pedí a mi madre que me enseñe a tejer y bordar, porque si bien todas las mujeres de mi familia lo hacían, nunca fue con el carácter de imposición y todo lo que yo quise aprender siempre lo hice basada en el deseo, en la curiosidad, en algo que me latía por dentro. Yo veía a mi madre y a mi abuela tejer y para mí era como viajar a otro mundo.
¿En qué momento sentiste ese primer impulso?
Fue desde el año 2007. Ahora que hago un recuento de mi vida y miro a esa niña en retrospectiva, me veo siempre jugando con trapos, tijeras, hilos, lanas, etc.
Le pedí a mi mamá que me enseñe a tejer, pero el día a día no le dejaba mucho tiempo. Un día me encontré con una caja de herramientas de mi papá, donde habían unos clavos gigantes que para mí eran como palitos de tejer. Recuerdo de forma muy vívida sentarme al lado de mi mamá y ponerme a tejer con “los palitos que encontré”, y creo que ese fue el momento en que mi mamá pensó “esta chica se lo toma en serio” y a partir de ahí nunca paré de aprender todo lo que pude aprender en lo artesanal.
¿Y tu papá a qué se dedicaba?
Mi papá es conductor, y gracias a él aprendí a viajar. Desde chiquita me llevó a recorrer Colombia, así que por el lado de mi madre tengo lo artesanal y por el lado de mi padre tengo la fotografía y el viaje.
Ahí comienza mi trayectoria: en casa; en ese entorno donde siempre estuvo presente lo artesanal, desde lo que vi en casa de mi bisabuela y abuela, hasta en las casas de las amigas de mi mamá. Entonces yo creía de chiquita que la vida funcionaba así.
Y en este camino tuyo, de lo artesanal, de lo textil ¿Qué otro hito recuerdas en tu vida como bordadora?
Mi inquietud, mis juegos, mis sueños y mis ilusiones siempre giraron en torno al contacto con los materiales. Yo crecí con el sueño de ser diseñadora de modas, siempre me proyecté así. Terminado el bachillerato fui a probar suerte, a ver si era lo que realmente quería, pero al adentrarme en ese mundo me di cuenta que había un lado que no me gustaba. Sentía una cosa con la que yo no me vinculaba y por ello dejé la carrera. Más adelante comprendí qué era lo que no me gustaba, pero no lo podía poner en palabras en ese momento, solo sentía que había caído en un ámbito casi inhumano, consumista, innecesario y materialista y no generaba ningún impacto positivo. Ahora ya tengo esas palabras, pero en ese tiempo dije “¡No me gusta!”.
A pesar de ello, seguí con mi tejido y bordado; nunca los abandoné.
...pero como era chica, tampoco lo podía poder en palabras. Pensaba “esto es más que hacer un almohadón, más que hacer un cesto, una vasija o un bordado”, para mí lo artesanal no culminaba en el producto, sino que trascendía, pero en ese momento no sabía qué era. Más adelante empecé a trabajar de maestra en diversas comunidades, y empecé a preguntarme cómo podía acompañarlos mejor y serles de utilidad; así me surgió la motivación de estudiar psicología, que apareció en el camino como una herramienta para lo que fui desarrollando.
¿Cómo encontraste esas palabras que te faltaban?
Al viajar por Colombia y al trabajar con comunidades indígenas, empecé a exteriorizar con el diálogo lo que sentía frente a lo artesanal, lo que me pasaba a mí y lo que nos pasaba en comunidad. Así entendí que lo artesanal no es solamente un producto, sino que es una mirada distinta del mundo y de la vida, es un estilo de vida. Es la posibilidad de habitar el mundo de una manera más sana, más reconciliadora. Lo hecho a mano tiene un vínculo mucho más consciente y humano. Eso lo aprendí, no solo con las mujeres de mi familia, sino también con mi abuelo y mi bisabuelo.
Y en estos recuerdos que tienes de niña, si lo ponemos en términos de emociones ¿qué se sentía estar en tu casa cuando las mujeres estaban en plena labor?
Para mí siempre fue como el mundo ideal; un mundo de colores, de crear y construir de la nada, “el mundo en el que siempre me gustó estar”.
Tiempo después ¿cómo se convierte este mundo en el que “siempre quisiste estar” en tu forma de vida?
Cuando empecé a estudiar psicología me pareció que el bordado y tejido podían tener un impacto en la salud mental de las personas y empecé a buscar algunas respuestas.
Siempre escuché a la gente decir “qué bien me hace tejer, qué bien me hace bordar”. Entonces quise saber el por qué de ese bienestar.
Empiezo a relacionar esas inquietudes con lo que la academia me estaba brindando en cuanto a procesos psicológicos, creatividad, investigación, neuropsicología y neuroanatomía y cómo funciona el cerebro. Empiezo a hilar esos temas y las respuestas a mis preguntas iban surgiendo.
Cuando tuve que plantear mi tesis de grado de psicología dije “voy a aventurarme por el tema del bordad y el bienestar que genera”, pero cuando se lo planteo a mi asesor, me dijo “no, porque no tiene pertinencia con el ámbito académico” y me dijo algo que no se me va a olvidar: “eso déjaselo a gente que no tiene nada que hacer”. Hice un tema de investigación para poder graduarme, pero a la par seguí con esto, que era el tema que en verdad me apasionaba.
¿Cómo lo convertiste en investigación?
Sumado a lo que te conté vino mi crisis en la carrera. Trabajaba en salud pública y en ese ámbito sucedieron muchas cosas, y llegué a la conclusión de que el consultorio no era mi lugar. Entonces quedé como en el limbo: “si el consultorio no es mi lugar, ¿entonces qué hago?”. Recordé lo de “dejar mi interés para gente que no tiene nada que hacer” y me encapriché; así decidí que era un tema que sí valía la pena para mí y que lo iba a seguir investigando por mi cuenta.
Renuncié a mi trabajo y decidí viajar por Latinoamérica”. Conociendo a mucha gente de comunidades es como descubro el sentido que tiene mi propósito en lo colectivo, en las construcciones sociales, en el bienestar de la gente; que también hay una mirada política sobre lo artesanal y digo “¡Esto es lo mío!” y seguí por ese camino que no ha parado.
¿Cuántos años tenías cuando esto sucedió?
Esto viene desde el año 2007, casi terminando mi carrera de psicóloga.
Cuéntanos de ese viaje por Latinoamérica
Por mi trabajo anterior ya había recorrido 20 países de Latinoamérica y Europa. Cuando decido volver a viajar, lo hago con otra mirada. Quería encontrarme con mujeres artesanas y buscar esa perspectiva artesanal. Por ejemplo, viajaba a una ciudad y me encontraba con una amiga que tenía una tía que bordaba y tejía, y a su vez esa tía tenía otra amiga que tejía; todo era muy cercano y amical, la idea nunca fue viajar para investigar. Llegaba a un punto a visitar a una amiga y ella me vinculaba con una tejedora o una bordadora. Fue como ir tejiendo una red. Ese proyecto iba también acompañado de un proyecto fotográfico en el que yo retrataba a la mujer artesana bordadora y reconstruíamos su historia artesanal, y eso quedaba como registro para ella, para su comunidad. Fue más que todo, un trabajo documental. Esa experiencia me abrió muchísimo más la cabeza, el corazón, el horizonte y a partir de ahí tuve mi mayor revelación.
¿En qué momento aparece la salud mental?
El vínculo más fuerte que tuve, al asociar el bordado con la salud mental, fue cuando estudié arte terapia.
Y ese sentido que encontraste ¿cómo lo vas aplicando a tu quehacer como bordadora, en tus vínculos con tus alumnas o las comunidades con las que trabajas?
Yo podría haberme quedado viajando por todo Latinoamérica, pero me vi muy itinerante. De cierta manera es bonito, pero quería una raíz. Esto coincidió con que me fui a vivir a Mendoza en Argentina, y como había descubierto que los consultorios no eran lo mío, empecé a vincularme con bibliotecas y sectores culturales populares, llegando a dar mi propuesta de arteterapia. La experiencia fue creciendo hasta que pude alquilar un lugar y construir lo que hoy se llama Casa Taller, que fue pensado como un espacio para que las mujeres aprendan a bordar por simple gusto, pero también para que puedan descubrir que el bordado es una herramienta que las conecta con el bienestar. Así fue surgiendo la idea de hacer los encuentros arteterapéuticos.
La experiencia siguió creciendo; se impartió la formación en arteterapia y bordado y otras experiencias para bordar y meditar. La gente empezó a pasarse la voz; iban al taller y le contaban a una amiga lo que les estaba pasando con el bordado, y así la experiencia fue creciendo hasta que se convirtió en algo muy significativo en Mendoza. Me vinculé con más organizaciones culturales y me llamaron de la Feria del libro y de otros eventos Latinoamericanos para compartir la experiencia. Seguí viajando por Latinoamérica, pero ahora con talleres de formación, compartiendo la experiencia de arteterapia bordando, dando charlas de salud mental gratuitas, y contando cómo el bordado influye en el cuerpo, en el cerebro, en el espíritu, en lo colectivo y en lo individual.
1 comentario
Hola cris, como estas amiga linda, hace tiempo q no sabia nada de ti, hasta q hoy gracias a Dios te encontre y me sienti muy feliz x tus metas logradas, te deseo de todo corazon q sigan los exitos y q Dios te bendiga siempre, te felicito x tu casa taller y q todo el bien q haces a todas las personas q buscan tu apoyo, te quiero mucho cris, un abrazo a la distancia desde peru de parte de toda mi familia